El desplome de los medios tradicionales chilenos ya no nos asombra. Copesa vota la huelga. El león sigue suelto en TVN. Publimetro abandona el papel. Los suplementos de El Mercurio dejan el formato amable y corcheteado y se vuelven otra sábana más. Revista Capital pasa de couché a las pantallas del computador. ¿Seguirá La Cuarta en los quioscos?
La prensa tradicional se cae a pedazos, pero prefiere ignorarlo. Se queda sola, triste, aislada del resto del mundo, como ese oso polar que intenta balancearse sobre un pequeño trozo de hielo que flota a la deriva.
La crisis de los medios no se debe al calentamiento global ni al derretimiento de los polos. Así como el Coronavirus se ensaña con quienes tienen enfermedades preexistentes (¡cómo le gusta a Mañalich enumerar esos factores de riesgo!), los medios chilenos llegaron a la pandemia con una serie de males crónicos a cuestas. Enfermedades que nunca se trataron, dietas que nunca pasaron del segundo día, adicciones que jamás quisieron enfrentar en serio.
La gran alerta se encendió en octubre cuando la calle se cansó de una agenda en la que solo se ofrecía delincuencia, portonazos, inmigración y Venezuela. Los muros se tapizaron de consignas contra los medios, mientras las cámaras fueron vetadas de las marchas.
El virus arrasa con los más débiles y nuestros diarios, revistas, radios y canales entran en esa categoría. Pero nadie lo dice. Ese código que les impide hablar de otros medios silencia lo que todos comentan en las pautas y pasillos. Los titulares hablan del desplome del empleo, de las fechorías de Paulmann y de las flamantes cajas de alimentos del gobierno (¡alerta de Chilezuela!), pero no hay cabida en sus páginas para comentar que la industria de medios se desinfla en un rincón como un globo tras un cumpleaños.
La gran alerta se encendió en octubre cuando la calle se cansó de una agenda en la que solo se ofrecía delincuencia, portonazos, inmigración y Venezuela. Los muros se tapizaron de consignas contra los medios, mientras las cámaras fueron vetadas de las marchas. Las encuestas ratificaron la baja credibilidad de la televisión y los diarios, pero nunca leímos un mea culpa. Chile había despertado, pero los medios se quedaron bajo las sábanas, escribió el New York Times.
Desde el gobierno tampoco hay palabras sobre lo que sucede. Mientras Angela Merkel reafirma la importancia de una prensa inquisidora, Mañalich ve noticias falsas donde no las hay e intenta desacreditar a Alejandra Matus, una de las pocas que intenta encender la luz en estos tiempos de tinieblas. Los palos alcanzan también a Interferencia, medio digital que publica datos que todos quieren conocer pero que miramos con culpa entre los dedos que tratan de taparnos los ojos.
Hay quienes dirán que no hubo tiempo para reponerse tras el estallido social. Que el golpe fue tan duro que los medios no alcanzaron a ponerse de pie cuando ya recibían el otro gancho en el mentón con el Coronavirus. Un terremoto y una réplica aun más fuerte.
“Es complejo tener medios. No es un rubro que haya disfrutado, particularmente”, dice Álvaro Saieh tras abandonar Copesa y dejar sus negocios en manos de sus hijos. La entrevista se la da a El Mercurio, que la despliega a dos páginas un domingo pero evita seguir con las preguntas incómodas.

Las mismas preguntas incómodas que escasean en los matinales, donde los alcaldes se pasean a sus anchas y poco les falta para comenzar a dirigir las cámaras. Los nombres se repiten: Lavín, Carter, Matthei, Alessandri y Barriga. Cadem nos informa que los personajes mejor evaluados coinciden con esta lista –vaya sorpresa. La televisión parece haber encontrado una salida tras el estallido. Con los noticieros demasiado vigilados por el CNTV, volcaron su línea editorial a las mañanas, con cinco horas de exposición gratuita para figuras menos controversiales y más sonrientes.
Así como el sistema operativo de nuestro celular se actualiza en la oscuridad de la noche mientras dormimos, nuestra televisión se actualizó entre gallos y medianoche y encontró la respuesta para quedar bien con quienes protestaban en las calles y quienes lo hacían desde un sillón en el segundo piso de La Moneda.

Un domingo por la mañana (día para descansar… de los matinales) Cristián Bofill y Mónica Gónzalez –otrora directores de La Tercera y Diario Siete, dos diarios de Saieh– discuten en un estudio semivacío de Canal 13. Las palabras siempre asertivas de ella nos devuelven por algunos minutos la fe en el buen periodismo que formula las preguntas correctas. Al poco rato, leyendo LUN, esas esperanzas se diluyen con una portada dedicada a los memes “para pasar las penas” en el día de mayor cantidad de contagios.
El trozo de hielo sobre el que se equilibran nuestros medios sigue derritiéndose.
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