Recorrer el país menos poblado de Europa en pleno marzo no solo es posible, sino que altamente recomendable. Glaciares, geiseres, lagunas de aguas calientes, auroras boreales y grandes cascadas son los ingredientes de un viaje cubierto de nieve.
El vehículo avanza a duras penas sobre la nieve, mientras el copiloto nos advierte que debemos ponernos el cinturón de seguridad ya que nos saldremos del camino. “El camino” es un decir, ya que todo está cubierto de blanco. Avanzamos, retrocedemos unos pocos metros y volvemos a avanzar. La mole en la que nos encontramos tiene forma de bus, cabina de camión y unas ruedas generosas como las de un tractor. Es negro y en su costado tiene una gran M roja de Mountaineers of Iceland. El reloj marca el mediodía y la sensación térmica bordea los -5 grados cuando el chofer y su acompañante ponen el freno de mano y nos anuncian que bajarán para quitarle presión a los neumáticos. Es la única manera de seguir.
Casi una hora más tarde hemos llegado a Langjökull, el segundo glaciar más grande de Islandia con casi mil kilómetros cuadrados de extensión, lo mismo que París. En una cabaña especialmente dispuesta nos ponemos gruesa ropa de nieve, casco y guantes y a los pocos minutos ya estamos montados en parejas sobre motos de nieve, en las que avanzaremos 15 kilómetros. La hilera de 20 motos abre surcos en el manto blanco hasta detenerse en el medio de la nada. Es ahí, con el silencio de los motores apagados y la humedad que se congela en tus pestañas, cuando te das cuenta de que estás en Islandia, el país más pacífico del planeta, el segundo en equidad, el sexto en desarrollo humano y definitivamente uno de los más helados que jamás conocerás.
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¿Se puede realmente recorrer Islandia en invierno? Claro que sí. Lo que en un comienzo suena a locura con el correr de los días se transforma apenas en un hecho de la causa. El país no se detiene por nada y el inicio de año es un buen momento para evitar las hordas de turistas que llegarán durante los meses más cálidos.
Lo primero es aterrizar en Reikavik, la capital en la que viven dos de cada tres islandeses. La ciudad es pequeña y sencilla de recorrer a pie. Sus calles y veredas no lucen ni un centímetro de nieve gracias al intrincado sistema de cañerías subterráneas que las descongelan. Claro, en este país la energía geotérmica que emana desde las profundidades de la tierra logra que el frío no sea un tema en la vida diaria. Los locales, de hecho, jamás apagan la calefacción de sus casas por miedo a que las tuberías se congelen y exploten. Una vez que la temperatura interior alcance el nivel deseado, se limitarán a abrir las ventanas. Así de sencillo.

Reikavik es el inicio de todo viaje en Islandia. Una serie de compañías arriendan autos y jeeps de todas las características, pero siempre con neumáticos especiales que permiten avanzar sin patinar en el hielo. Es la mejor opción si lo que se desea es moverse con autonomía por las carreteras del país.
La ruta más tradicional es tomar Hringvegur, la autopista circular que en casi 1.400 kilómetros recorre todo el país, pasando por cada ciudad y pueblito costero existente. El centro de esta isla de origen volcánico es inhabitable para el ser humano, por lo que jamás abandonaremos mayormente la vista del océano.
Las opciones son muchas y variadas. Una buena opción es comenzar por la Blue Lagoon, un balneario geotermal ubicado a 40 minutos de la capital –muy cerca del aeropuerto– en el que es posible flotar en aguas ricas en sílice y azufre calentadas directamente desde el centro de la tierra. El panorama incluye bares al interior de la laguna, un spa y restaurantes, todo construido sobre piedras volcánicas que alguna vez emergieron hirviendo desde las profundidades.
De regreso en Reikavik, una buena idea es recorrer la ciudad siguiendo un tour gratuito de dos horas de duración en el que se explican los primeros asentamientos noruegos hace mil años, el colonialismo danés, la influencia británica y los motivos del alto precio del alcohol en bares y restaurantes. Los locales cuentan con genuino orgullo la gratuidad de la educación islandesa, la ausencia de problemas de tráfico vehicular, la escasa cantidad de internos en la cárcel y el hecho de ser una de las sociedades con menores diferencias entre ricos y pobres.

Una loca geografía
Recorrer Islandia es una interminable sucesión de sorpresas. Avanzar por la carretera de madrugada viendo el amanecer tras una noche despejada es un espectáculo en sí mismo. Una linda parada es Skogafoss, una cascada de 60 metros de alto a dos horas de Reikavik que se puede apreciar desde abajo y luego desde las alturas tras subir 400 peldaños.
Esta es apenas una de las cientos de cascadas que se encuentran en cada rincón de Islandia y desde las cuales caen miles de metros cúbicos de aguas frías y cristalinas. Foss, o cascada en finlandés, será siempre sinónimo de un paisaje espectacular.
Otro paisaje surrealista es el de Diamond Beach, una playa de arenas negras ubicada en la costa sur del país y a la que cada día llegan decenas de trozos de hielo originarios de Vatnajökull, el glaciar más grande del país y de toda Europa. Atravesados por la luz del sol, estos enormes trozos de hielo se convierten en verdaderas joyas sobre la oscuridad de la arena, con destellos de los más insólitos colores.

Producto de la escasa contaminación lumínica de la zona, este puede ser un buen lugar para observar las famosas auroras boreales, fenómeno para el cual no es necesario contratar los servicios de una agencia de turismo. Basta con revisar con calma el pronóstico que indica la intensidad de la actividad solar y la presencia o ausencia de nubes, factores claves para lograr observarlas. Luego es un trabajo de paciencia permanecer al interior del auto en plena oscuridad hasta que los destellos verdosos aparezcan en el horizonte.
Los geiseres (del islandés gaysa, erupcionar) son otro de los fenómenos gratuitos que es posible visitar en distintas partes del país. Los chorros de agua hirviendo que explotan alcanzando grandes alturas nos recuerdan una vez más el carácter volcánico de la isla, ofreciendo postales propias de la imaginación de Julio Verne.

De regreso en la capital
Con apenas 240 mil habitantes, Reykavik ofrece una digna cantidad de restaurantes, museos y tiendas. El Museo Nacional de Islandia es un buen punto de inicio para entender la historia del país y complementar el tour por la ciudad. Otros museos dedicados a las ballenas, el punk, el hielo e incluso el pene (sí, Islandia tiene el único museo fálico del mundo) completan una oferta que permite distraerse una jornada completa.
Para recargar energías, Fish Market es un estupendo restaurante que permite degustar los mejores pescados de la zona, por lejos una de las exportaciones islandesas más famosas. Food Cellar, ubicado en el subterráneo de un edificio construido hace 160 años, es otra buena opción para probar platos más típicos mientras desde un gran piano de cola suenan clásicos de The Beatles y Pink Floyd. Por las mañanas y al mediodía, Snaps ofrece generosos desayunos y almuerzos, pero no se puede haber pasado por el país sin haber probado un tradicional hot dog islandés, que incluye cebolla cruda y crocante, mayonesa y mostaza dulce. ¿Su particularidad? La salchicha tiene un buen porcentaje de carne de oveja, por lejos la carne más popular en el país, en el que se cuenta un ser humano por cada tres ovinos.
Al despegar, la sensación siempre será de no haber alcanzado a ver ni una mínima parte de lo que Islandia tiene por mostrar. Será necesario volver, en verano quizás, para ver qué se esconde bajo la nieve y los lagos congelados. O cuando uno de sus tantos volcanes –que entran en erupción en promedio cada 5 años– haya vuelto a cambiar la fisonomía de esta tierra única.
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