Pelé casi palideció. El más grande futbolista de todos los tiempos pisó el césped del Nacional, miró las graderías y no vio a más de 18 mil personas. Fue la tarde del domingo 15 de mayo y se enfrentaban la U. de Chile y la U. Católica, equipos que el brasileño recordaba como los más populares del país. Así lo había visto las veces que jugó en ese mismo estadio en los años 60. Pero algo había cambiado.
Soy hincha del fútbol, asisto regularmente al estadio desde hace 25 años, me siento en galería, aliento a mi equipo, voy con la camiseta respectiva y nunca he recibido ni he dado golpes a un hincha rival.
Puedo decir que sé de lo que hablo cuando digo que el plan Estadio Seguro –la joyita del gobierno para evitar la violencia en los estadios– es una iniciativa que se ve muy linda en los noticieros de las 21:00, pero que se ha convertido en una pesadilla para muchos de los que regularmente alentamos en el tablón. En otras palabras, un lindo fuego de artificio, de esos mismos que ya no se pueden ingresar.
El plan debutó en el mismo Nacional el sábado 30 de mayo. Jugaban la U y Colo Colo y la instancia parecía perfecta. No lo fue para los 30 mil hinchas azules que debieron ingresar por las únicas dos filas habilitadas en avenida Grecia. Los cuatro controles realizados por prepotentes carabineros vestidos para la guerra (sin sus respectivas placas a la vista) impidieron el paso de algunos objetos “cortopunzantes”, pero lograron que todos quienes consiguieron entrar lo hicieran con un nivel de rabia rara vez visto a dos horas de iniciarse el partido.
Menos de un mes lleva en marcha el plan del gobierno y sus efectos son curiosos: hasta los más fieles estamos pensándolo dos veces. Quizás ahí sí se acabe la violencia, cuando los 22 jugadores jueguen solos, sin nadie que los aplauda o putee. Ahí sí será un Estadio Seguro.
Y volvió a suceder el día en que Pelé pisó la cancha. Los hinchas de ambos equipos caminaron largos metros para ingresar por las entradas correspondientes, para luego sorprenderse con que había sólo dos puertas para entrar a Andes, juntos y revueltos.
La familia definitivamente no regresó al estadio. Tras años de violencia se acostumbró a ver el fútbol en un LCD de 32’’ gentileza del CDF. Quienes intentaron hacerlo se arrepintieron rápidamente al percatarse de que el plan Estadio Seguro significa reducir la cantidad de boletos para crear “zonas de seguridad”. Así, para hacerse de uno de los 35 mil tickets ahora hay que luchar en largas filas con cinco días de anticipación.
¿Se redujo la violencia? Aún no está claro. Lo seguro es que los estadios están a medio llenar, no se permite más de un lienzo y tres bombos por hinchada, los equipos salen a la cancha entre tibios aplausos, te demoras el triple en entrar y salir y si saltas más de la cuenta un uniformado estará grabándote con su cámara de video.
Menos de un mes lleva en marcha el plan del gobierno y sus efectos son curiosos: hasta los más fieles estamos pensándolo dos veces. Quizás ahí sí se acabe la violencia, cuando los 22 jugadores jueguen solos, sin nadie que los aplauda o putee. Ahí sí será un Estadio Seguro.
*Publicado en mayo de 2011 en revista IPOP.
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