Dos mil personas gritan en Yarl’s Wood por el cierre de los centros de detención de inmigrantes en Inglaterra. Así se vive una jornada de protesta contra el perverso sistema que encierra extranjeros sin fecha de salida.
“Mami, ¿dónde queda el medio de la nada?” La pregunta de un niño a su madre resuena en el aire. Londres queda atrás mientras el bus repleto toma la carretera rumbo al norte. Comienza una larga jornada de manifestaciones en el centro de detención de inmigrantes de Yarl’s Wood, donde unas 400 personas –en su mayoría mujeres– están encerradas a la espera de que se aclare su situación migratoria.
Su incertidumbre es completa. El Reino Unido es el único país europeo sin plazos máximos de detención. Es así como la namibia Mabel Gawanas batió todos los récords al permanecer 3 años encerrada aquí.
El objetivo hoy es rodear el recinto, dar una muestra de fuerza contra estos centros y un golpe anímico a quienes están del otro lado de las rejas y alambre de púas.
Los organizadores tienen todo calculado. Los carteles deben ser altos para ser vistos del otro lado del cerco. Aconsejan traer globos que se encumbren en el cielo. Han pedido, además, la mayor cantidad de instrumentos para que el ruido no deje a nadie indiferente al interior de Yarl’s Wood.
La manifestación debe llegar a los oídos de la Home Office y Westminster.

¡Libertad!
Los buses se estacionan uno tras otro y la ansiedad aumenta mientras descendemos. Aparecen los carteles, los globos, los tambores. Vienen de Manchester, Oxford, Leeds, Londres, Bristol y una infinidad de rincones del Reino Unido. “Mi hija viene por las canciones”, confiesa una madre.
Por un altoparlante los líderes de Movement for justice aleonan a los presentes. Se enumeran victorias recientes contra grupos fascistas y se explican los desafíos por venir. Esta es la decimoprimera manifestación en Yarl’s Wood.
La masa de jóvenes, adultos y viejos comienza a caminar poco más de un kilómetro por un camino de tierra. De un lado, enormes campos de hermosas flores amarillas; del otro, la reja enorme, metálica, fría. El contraste es abrumador.
Al cabo de 15 minutos estamos frente al centro de detención. Es aquí donde hubo un incendio en 2002, constantes huelgas de hambre y tres inmigrantes fallecidas.
El muro es altísimo, pero del otro lado alcanzan a divisarse brazos y manos que se asoman por las pequeñas ventanas. La emoción es mutua, los saludos van y vienen. Estamos tan lejos y tan cerca. Los carteles se extienden cuan largos son. Los gritos abandonan las gargantas con rabia mientras los más jóvenes golpean el muro con sus pies.

Los organizadores piden silencio para presentar a Mabel Gawanas, liberada hace 4 días. “La Reina de Yarl’s Wood” trepa una pequeña escalera, levanta sus brazos y saluda a sus excompañeras de encierro. Es su primera vez de este lado del muro. Su sonrisa es grande y emociona. Sus palabras erizan los pelos. Algunos derraman lágrimas.
Ahora se escuchan los gritos del interior. El muro es altísimo, pero del otro lado alcanzan a divisarse brazos y manos que se asoman por las pequeñas ventanas. La emoción es mutua, los saludos van y vienen.
Los discursos provienen de distintos inmigrantes que han sido dejados en libertad. Recalcan lo importante que es venir a apoyar. Desde adentro, por teléfono, las mujeres hablan con voces que apenas se entienden por los parlantes.
“Hola, extraño a mi hijo, tiene 9 años. Extraño también a mi marido”, se alcanza a escuchar. La gente aplaude y no deja de saludar brazos en alto.
La manifestación pasa de la emoción a la rabia y de la rabia a la fiesta. Un músico rapea y en sus versos intercala mensajes contra los centros de detención.
La gente baila, salta y no deja de animar a las internas. Se enarbolan lienzos con el arcoíris gay mientras un señor se envuelve en su bandera de Zimbabue. Un grupo de latinas grita en español mientras el cielo se tiñe de colores con el humo que emana de las bengalas.
Tras cuatro horas los buses comienzan su retorno. Los rostros mezclan satisfacción y cansancio. Los organizadores agradecen e informan que un gran cartel por el cierre Yarl’s Wood fue desplegado en un estadio de fútbol ese mismo día. Todos aplauden.
Regresamos a nuestras ciudades y nuestras casas. Sabemos que en Yarl’s Wood 400 personas no tendrán la misma suerte, pero confiamos en que lo harán más temprano que tarde cuando desaparezcan definitivamente los centros de detención. Cuando caigan, como dice uno de los gritos, ladrillo por ladrillo, muralla por muralla.
* Publicado originalmente en mayo de 2017 en The Prisma.
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